no se por qué hoy me acordé de este sitio que tan abandonado ha estado. releerme y ver quién soy ahora me ha hecho bien. mucho. amén de encontrarme comentarios (pocos, pero valiosos) y saber que alguna vez alguien naufragó y terminó en estas playas.
cuánta oscuridad y cuánto dolor reinaron en mi vida durante tantos años. cuantos abismos profundos, cuanto sangrar, cuánta ceguera. pero es cierto, la única forma de salir es atravesando. aunque los pasos sean lentos, aunque no se sepa bien a dónde estamos y a dónde queremos ir, hay que caminar. nadie llega a la verdad de su vida sin movimiento y sin su propio ritmo. querer saltarse pasos o actuar con prisas, al final nos sale caro. y para mi, que estaba tan cansada, que casi no podía respirar, que no sabía ya de dónde sacar fuerzas, el camino se ralentizó. cualquiera que me hubiese observado un ratito, habría pensado que me había paralizado.
y no.
la mujer terca y tesonera que soy aún tenía un hálito de vida. me trajo arrastrando hasta aquí, hasta hoy, hasta la felicidad.
el trayecto no se lo deseo a nadie. a nadie. lo perdí todo, hasta las ganas de vivir. si miro atrás veo una sucesión de días y noches sin orden, sin concierto. un día igual al otro, año a año. el alma triste, herida de muerte, aunque por fuera sonriera y haya alguna foto que pudiera testimoniar, por mi sonrisa, que era feliz. las miro ahora, desde la distancia que otorga el tiempo, y mis ojos gritaban el infierno, aunque nadie mirara de verdad a ese horror que yo llevaba, como a una cruz.
hace unos meses, no se ni cómo, algo me sacudió tanto, me puso tan en caos -si es que eso era posible-, que me detuve en seco. me miré al espejo y dije «basta, se acabó. asume tu vida y haz algo con ella, porque está visto que ni con todo esto te vas a morir». y lo hice. sin aspavientos, ni alharacas. sin notificarlo al mundo. lo solté todo poco a poco y, a medida que caminaba, me fui sintiendo más y más ligera. alada. etérea. y sí, feliz.
ya no tenía qué temer, ni nada que perder. ésa que resurgía en mi, como un niño recién nacido, era todo lo que poseía y poseo. «¿quién dijo que todo está perdido? yo vengo a ofrecer mi corazón». y lo hice, me lo ofrecí a mi misma. dejé de esperar no se qué cosas. levanté la cabeza, sequé mis lágrimas y comencé a caminar.
desde entonces, ese camino se abre y pone ante mi ¡tanto!. no espero nada, quizás por eso todo me llega. un montón de sueños que ya no recordaba que soñaba, se hacen realidad ante mi (el Universo sí escucha, ya ves). y nacen sueños nuevos. como el jazmín va dejándose crecer hojitas y flores cuando la primavera lo llama, así me dejo yo florecer, reverdear.
hoy estas líneas son un gracias inmenso a la Vida, a los dioses, a mi misma, porque a pesar de los pesares -nunca mejor dicho-, aquellos no me soltaron y yo supe asirme, soportar las infinitas tormentas con sus fieras sacudidas, y aquí estoy.
gracias, Vida. si supe escribirte para llorar y lamentarme, también se hacerlo para agradecerte, para que sepas que cuentas conmigo y no voy a fallar(nos)